lunes, 4 de julio de 2011

ESTEREOTIPOS Y PREJUICIOS.

En general, cuando observamos cualquier hecho relevante a nuestro alrededor, tendemos a atribuirle alguna causa. En la medida en que somos capaces de establecer relaciones de causa-efecto entre hechos que observamos podemos aprender cosas muy útiles para nuestra vida. De hecho, la actividad científica no es sino una sistematización y organización de este comportamiento que todos tenemos de un modo necesariamente natural.

En lo que se refiere al comportamiento de otras personas ocurre lo mismo: solemos esforzarnos en comprender cuáles son sus causas, por qué las personas actúan de una forma concreta. Este esfuerzo no se realiza siempre con la misma intensidad, nos tomamos más molestias —y lo hacemos de una forma más consciente—cuando observamos que un comportamiento, una forma de actuar de alguien:

• Ha sido una de las varias alternativas posibles ante una determinada situación; nos interesa entonces saber por qué se ha elegido esa y no otra;

• No está bien considerada en el contexto social en el que se produce; ¿por qué ha actuado así a pesar de no estar ‘bien visto’?;

• Ha tenido consecuencias desagradables; puede ser relevante aprender a evitar situaciones similares,;

• Nos sorprende; sentiremos curiosidad por comprender o por aprender algo nuevo.

Una de las distinciones más relevantes que hacemos a la hora de intentar explicar el comportamiento de alguien es si sus causas son internas a la persona (sus convicciones, sus motivos, su forma de actuar habitual...) o externas a ella (las circunstancias que rodean a esa persona o a esa situación concreta). Puesto que estamos interesados en conocer qué riesgos comportan mecanismos mentales como el de las atribuciones causales, veamos algunos de los principales sesgos que nos afectan a la hora de hacerlas:

• Error fundamental de atribución. Tendemos a explicar las causas de la conducta más por factores disposicionales (internos) que situacionales (externos).
• Error último de atribución. Tendemos a atribuir nuestra propia conducta a causas situacionales (externas) y la de los demás a disposicionales (internas).
• Sesgo de autocomplacencia. Tendemos a atribuir nuestras acciones positivas (las cosas que nos salen bien) a factores disposicionales (internos) y nuestras acciones negativas (las que nos salen mal) a factores situacionales (externas).
• Sesgo de confirmación. Tendemos a ignorar la información que contradice aquello que creemos que es cierto.
• Heurística de la representatividad. Tendemos a juzgar de forma casi instantánea si alguien o algo se ajusta a una categoría. Es decir, tendemos a clasificar a las personas de forma casi inmediata.
• Heurística de la disponibilidad. Tendemos a atribuir un hecho a factores sobre los que hemos recibido información recientemente, más que a otras cuestiones que sabemos desde hace más tiempo.
• Correlación ilusoria. Tendemos a percibir relaciones entre dos hechos aunque realmente no existan, o al menos a percibirlas como más claras de lo que realmente son.
• Profecía autocumplida o efecto Pigmalión. El trato que damos a otra persona como fruto de la percepción que tenemos de ella puede acabar provocando que se comporte como esperamos que se comporte.

La mayoría de la gente es capaz de ver muchas diferencias entre los miembros de un grupo al que pertenece —por ejemplo, su familia—, pero es probable que tenga la impresión de que todas las personas de un grupo al que no conoce de nada se parecen mucho o tienen muchas cosas en común.

Eso es un estereotipo, una creencia superficial sobre un grupo según la cual, todos sus miembros comparten uno o varios rasgos. Los estereotipos pueden ser negativos, positivos o neutros, y los hay sobre cualquier grupo humano que se nos ocurra definir (personas que montan en bicicleta, miembros de la tuna, hombres que llevan pendientes, estudiantes de enfermería, personas que tienen un caballo...)

Qué funciones cumplen los estereotipos:

• Ayudan a organizar rápidamente la nueva información y a recuperar los recuerdos. Como cualquier sistema de clasificación, permiten que la información esté ordenada en nuestro cerebro.
• Permiten realizar atribuciones causales rápidas. Podemos explicar la causa del comportamiento de una persona por su pertenencia a un determinado grupo cuyas características creemos conocer.
• Sustituyen carencias de información, permitiendo explicar de forma sencilla las diferencias entre individuos y grupos y predecir cómo se va a comportar la gente.
• Ahorran energía a la vez que facilitan la toma de decisiones eficiente.

El problema del uso de estereotipos reside en que son categorías y atribuciones muy simples y excluyentes sobre las cosas. Los estereotipos llevan fácilmente a hacer previsiones erróneas sobre el comportamiento de las personas, a ignorar posibles causas de una forma de actuar y a alimentar el fenómeno de la profecía autocumplida antes expuesto. Los estereotipos distorsionan la realidad, y lo hacen sobre todo de tres maneras:

• Exageran las diferencias entre los grupos, haciendo que el grupo estereotipado parezca extraño, ajeno o peligroso.
• Enfocan la percepción en algunos aspectos, lo que supone que la gente tienda a ver aquello que se ajusta al estereotipo y rechace lo que le es discrepante.
• Subestiman las diferencias entre los miembros del mismo grupo. Mientras que tendemos a ver a los miembros de nuestro grupo como individuos bien diferentes entre sí, los estereotipos crean la impresión de que todos los miembros de un grupo son iguales entre sí: los adolescentes, las personas con discapacidad, las mujeres rurales...

Aunque en el lenguaje cotidiano a veces puedan utilizarse indistintamente, en el ámbito de la Psicología un prejuicio es diferente de un estereotipo. Se suele denominar prejuicio a un estereotipo negativo que va acompañado de una fuerte antipatía o incluso de un odio irracional hacia un grupo o sus miembros.

Para una persona los prejuicios pueden esconder sentimientos de duda y miedo, o bien aumentar su autoestima a costa de considerar inferiores a los grupos a los que se desprecia. Socialmente los prejuicios pueden utilizarse para aumentar la cohesión grupal, convirtiendo a ‘otros’ en el enemigo común que nos une. También pueden servir de base para utilizar a algún grupo como ‘chivo expiatorio’ al que culpabilizar de los problemas existentes. Incluso se utilizan como argumentos para justificar la dominación, el estatus y el bienestar de algunas personas sobre otras supuestamente inferiores.

Pero la más grave dificultad que presentan los prejuicios es que, como creencias que son, tienen un fuerte componente emocional que les hace extraordinariamente resistentes al razonamiento. En palabras de Merton: Cuando divergen creencias —definiciones colectivas de la situación— y hechos, e, incluso, verdades científicas, siempre o casi siempre ganan las creencias”.

¿Se puede hacer algo para reducir los prejuicios de un grupo humano hacia otro?

Cuatro son las recomendaciones que suelen plantearse, aunque de ellas la que más efectiva ha demostrado ser es, sin duda, la última de las que se enumeran:

1. Ambas partes han de tener el mismo reconocimiento legal, las mismas oportunidades económicas y el mismo poder.
2. Las autoridades y las instituciones han de acatar las normas igualitarias y por lo tanto prestar apoyo moral y legitimidad a ambas partes.
3. Ambas partes han de tener la oportunidad de trabajar y hacer vida social conjunta, tanto de manera formal como informal.
4. Ambas partes tienen que cooperar y trabajar juntas hacia un objetivo común.


Un video del idolo de futbol Javier el Chicharito Hernández para invitarte a evitar los estereotipos negativos (prejuicios).




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